Sus ataques eran completamente ineficaces contra el castillo y cada vez que atacaban tenían que crear temporalmente una abertura en la membrana que rodeaba el lugar. Las fluctuaciones generadas por esas breves aberturas fueron suficientes para permitir que Ji Ning analizara la composición de las formaciones, aunque desaparecían tan rápidamente que no pudo acercarse para echarles un vistazo. Su única opción era mirarlos a ellos y a sus secretos desde lejos.
—Maldita sea —exclamó molesto el Sithe Exaltado.
Estaba mirando todo desde el Reino Sagrado, tan enojado por la situación que le dolían los dientes. Nunca hubiera imaginado que el castillo que le había dado al primer grupo terminaría por ser un dolor de cabeza.
—¡Tiene que morir!
El Sithe Exaltado sabía que quizás no tendrían otra oportunidad como esta, por lo que envió sus ocho tesoros más orientados al ataque para contrarrestar al castillo.