Meng Hao miró a Xu Pingping durante un momento, y luego retiró su energía. El segundo piso volvió a la normalidad. Sin embargo, la presión acababa de hacer que el sudor empezara a fluir por su espalda. La sensación que ella tenía era la misma que se puede sentir al enfrentarse a una bestia antigua.
Sin embargo, la única que lo sintió fue Xu Pingping, y nadie más. Ni Ji Xiaoxiao ni los Elegidos de las tres sectas habían experimentado nada. Lo único que habían notado era el cambio en la expresión de la chica.
—Di un precio —dijo Meng Hao con frialdad. Escucharse a sí mismo decir tales palabras hizo que su propio corazón surgiera. En sus cientos de años de practicar la cultivación, su bolsa de dinero siempre había estado vacía. Incluso cuando ocasionalmente caía en alguna ganancia, ésta era inevitablemente absorbida por el espejo de cobre.
Pero ahora, finalmente tenía la confianza derivada de lograr el sueño que había mantenido en su corazón desde la infancia...