Isabella se agitó, los primeros rayos de sol de la mañana filtrándose por la ventana de su habitación. Como de costumbre, en cuanto le dieron en los ojos, Isabella se despertó.
Parpadeó, sus ojos ajustándose a la luz mientras los restos de su sueño se desvanecían lentamente.
Pero la sensación permanecía.
Esa embriagadora e intoxicante sensación de poder, de posibilidad.
En sus sueños, ella y Melisa habían estado lado a lado, dos reinas magas gobernando un mundo que se inclinaba a sus pies.
—Ah~ quizás haga esa realidad algún día.
Con un estiramiento y un bostezo, se deslizó fuera de la cama, caminando descalza sobre la lujosa alfombra.
Al bajar las escaleras, el rico aroma de café recién hecho la recibió.
Kimiko ya estaba sentada en el sofá, con una taza humeante en sus manos mientras ojeaba un montón de papeles.
—Buenos días, cariño —saludó, su voz como siempre cálida como miel—. ¿Dormiste bien?