La niña corría de un lado a otro, y nadie sabía con qué estaba ocupada. Las personas sentadas en la sala de estar tenían curiosidad y la siguieron. Vieron cómo erigía un cartel al lado de la cama, con palabras escritas en él.
Ye Lingfeng se acercó y estalló en risas tan pronto como lo vio. En el cartel había siete grandes caracteres: «No hay oro bajo la cama, ¡30.000 taeles!» Las palabras eran grandes y llamativas, atrayendo a cualquiera que pasara para echar un vistazo.
Los labios de Qin Lie también se curvaron hacia arriba. Esta tonta niña originalmente no sabía dónde había escondido el oro, pero ahora, todos lo sabían.
Al escuchar sus voces, Zhouzhou giró la cabeza, infló su regordeta cintura y con un toque de orgullo, enfatizó mientras abrazaba la pierna de Qin Lie —Papá, realmente no hay oro escondido bajo mi cama.