◊ Corina Páez ◊
Sin lugar a dudas, esa pudo ser una de mis peores mañanas.
Todavía me cuesta creer la forma en que me dejé arrastrar a ese callejón por Álvaro y sus amigos, pero, ¿cómo podría dudar de unos chicos a quienes la mayoría consideraba buenas personas?
Además, los consideraba mis amigos. Chicos con los que de vez en cuando compartía mi tiempo en el colegio. Por eso no pasó por mi mente dudar de sus verdaderas intenciones.
Ciertamente, la buena imagen que tenía de ellos, sumado a la inocencia que me caracterizó, dio como resultado que me engañasen de la forma en que lo hicieron.
Adolfo, el mejor amigo de Álvaro, fue quien comentó con complejos de héroe "su hallazgo", alegando que había encontrado en un callejón una caja con tres gatitos recién nacidos.
Escuchar de tres gatitos abandonados ablandó mi corazón, lo cual fue otro detonante que me llevó a seguirlos hasta el callejón; mi objetivo principal pasó a ser rescatar a esos desafortunados animalitos.
No es que me considerase una heroína, pero, debido a que mi familia siempre gozó de una buena posición económica, por no decir que somos millonarios, podía cumplir caprichos como la construcción de un galpón acondicionado para el cuidado de perros y gatos en estado de abandono.
Claro está que debía ganarme todo lo que mis padres invertían para el cuidado y alimentación de mis mascotas.
Por eso, más allá de cumplir con mis deberes académicos, también ayudaba al personal de labores domésticas como forma de ganar mi mesada y el complacimiento de todos los caprichos que tenía.
Además, papá alegó que trabajar con el personal doméstico me servía como formación para mi futuro en caso de optar a convertirme en ama de casa.
También tuve la fortuna de recibir donaciones en una cuenta de Instagram donde solía publicar fotos de las mascotas que daba en adopción, además de contar con una gran cantidad de seguidores que me ayudaban a compartir mis publicaciones.
Gracias al apoyo de mis padres y los seguidores en Instagram, durante esa labor como rescatista de animales en estado de vulnerabilidad, fue posible dar en adopción a cuarenta perros y veinticinco gatos; fue una época maravillosa.
Entonces, retomando el tema de mi casi desgracia, dado que Álvaro y sus amigos conocían mi labor, me llevaron hasta un callejón cercano al colegio en el que tarde me di cuenta del error que había cometido.
Más allá de la tenebrosa oscuridad y los malos olores, lo que me aterró fue saber que no tenía escapatoria, pues eran cinco chicos fuertes que, sin mucho esfuerzo, me retuvieron.
Lo peor sucedió cuando sus semblantes cambiaron.
Ya no emanaban esa aura de bondad, sino que pasaron a ser seres desconocidos a los que les temí desde el fondo de mi corazón.
Parecían monstruos hambrientos de miedo, gozosos de tenerme acorralada mientras lloraba como única forma de pedirles que me dejasen en paz.
—Por…, por favor…, no me hagan nada —dije con la voz entrecortada.
Adolfo esbozó una horrenda sonrisa al escucharme, mientras que Álvaro se me acercó para besar mi cuello y tocar partes de mi cuerpo cuya sensibilidad me provocó un enorme pánico y desagrado hacia mí misma.
Debido a ello, todo mi cuerpo se entregó al terror, por eso no pude evitar la tembladora y el sollozo.
Por desgracia, eso no fue suficiente para que me dejasen tranquila.
—¿Qué pasa, Corina? Solo tienes que dejarte llevar —dijo Álvaro con voz socarrona.
Entonces, me resigné a sufrir una de las peores cosas que le pueden pasar a una mujer, o en mi caso, a una adolescente, aunque una gran sensación de alivio emergió desde el fondo de mi corazón cuando escuché algunos pasos y el sonido de un celular con el altavoz activo.
Todos nos centramos en esa persona, alguien que en lo personal no esperaba ver.
Manuel Mora Alonso, ese chico serio, inexpresivo y callado con quien compartí la misma clase desde primer año, me sorprendió con su repentina presencia. Aunque más que sorpresa, lo que me embargó fue la vergüenza, pues no quería que me viese en un estado tan vulnerable como en el que me encontraba.
El alivio que había sentido desapareció cuando los chicos corrieron en su dirección, pues no quería que él pagase las consecuencias de mi error.
Por suerte, Manuel no demostró miedo y hasta pareció que los tuvo bajo su control antes de que estos se diesen cuenta.
Fue inusual ver la forma en que cinco chicos más altos y fuertes que él, se mostraron sumisos y aterrados, según lo que pude apreciar.
La tranquilidad de Manuel fue admirable cuando me pidió con señas que huyese, lo cual no dudé en hacer a pesar de la culpa que sentí al dejarlo solo.
Mi corazón se calmó al salir del callejón al igual que mi respiración, pero el sentimiento de culpa se convirtió en un detonante de ansiedad que no pude ocultar.
Apenas pude ocultar mi nerviosismo minutos después, cuando llegué al coelgio y donde me encontré con mis mejores amigas.
—Buenos días, Cori —dijo Alexa al saludarme, como siempre esbozando una adorable sonrisa y demostrando esa amabilidad que me encanta de ella.
Luego le siguieron Sofía y Anabel, que notaron la anormalidad en mi comportamiento.
—¿Qué sucede, amiga? —preguntó Sofía, cuya perspicacia siempre le permitía saber si ocultábamos algo o no.
Apenas hice un gesto de negación que no la convenció, pero afortunadamente, Anabel nos distrajo con la foto de un chico que se había graduado en la última promoción del colegio y debutó como modelo profesional.
—Pensar que, hasta hace unos meses, Franklin te pidió noviazgo —comentó Anabel, demostrando en su mirada la decepción de no haber sido correspondida por él, que se me declaró tras rechazarla.
Así es, Franklin Colina, quien fue uno de los chicos más populares y atractivos del colegio, me había pedido ser su novia durante el acto de graduación en el que formé parte del equipo protocolar, aunque me vi en la obligación de rechazarlo porque simplemente no me gustaba.
Además, había rechazado sin remordimiento a una chica tan hermosa, dulce y carismática como Anabel, que durante un año le demostró lo mucho que le gustaba, aunque fuese ello una ilusión adolescente.
—Siempre pensé que era un idiota, por eso no me gustaba… Además, fue muy grosero con Anabel. Así que me sentí bastante bien al rechazarlo —comenté.
—Y sin embargo, lo rechazaste con amabilidad —alegó Alexa.
—Lo que pasa es que Corina no tiene malicia. Es un terrón de azúcar andante que solo da alegría a quien la rodea —dijo Anabel con voz socarrona, aunque supe que lo decía con la intención de resaltar una de mis virtudes.
—Por algo es de las más populares en el colegio —comentó Sofía, que no dejó de mirarme de forma inquisitiva.
Gracias a que la conversación se tornó casual, a pesar de la incertidumbre de Sofía, pude olvidar por instantes todo lo que había sufrido en el callejón.
—Yo agradezco que en parte hayas rechazado a Franklin por mí, pero si le hubieses dicho que sí, hoy serías la novia de un modelo profesional —dijo Anabel, que seguía mirando sus fotos en Instagram.
—Entonces estaría con él por simple interés, lo cual creo que es desagradable —alegó Alexa, a quien sigo considerando la voz de la razón.
—Estoy de acuerdo —dije—. Chicas, ustedes saben muy bien que no sé lo que es enamorarse y esas cosas. Apenas tengo trece años y solo quiero disfrutar mi etapa en la secundaria.
Algo que nos caracterizó cuando entramos en tercer año de secundaria, fue que las cuatro sabíamos que hacer después de graduarnos. Debido a ello, nuestros caminos fueron distintos por las universidades a las que optamos.
—Yo creo que trece años es una buena edad para tener tu primer amor —dijo Anabel, que era la única que había experimentado algo similar al enamoramiento cuando se ilusionó con Franklin.
—No te quito la razón, pero a fin de cuentas, seguimos siendo unas niñas —alegó Sofía.
Ante las palabras de Sofía, mi corazón se aceleró de repente, a la vez que un gran sentimiento de culpa y repulsión hacia mí misma emergió.
Hacía pocos minutos que un grupo de chicos intentaron abusar de mí y tocaron partes de mi cuerpo que me hicieron cuestionar la inocencia y pureza de mi edad.
—Cori, ¿te sientes bien? —preguntó Anabel—. Palideciste de repente. ¿No será mejor ir a la enfermería?
—Estoy bien, no te preocupes —respondí con fingida tranquilidad.
A duras penas recuperé la compostura, aunque una vez más me sentí culpable cuando recordé a Manuel y su sacrificio.
«Manuel aún no llega, espero que no le hagan daño», pensé preocupada.
La preocupación fue tal que incluso pensé en buscar a Manuel, aunque, por suerte, llegó junto con el profesor MacMillan, sano y salvo.
Manuel ni siquiera volteó a verme cuando entramos a nuestro salón de clases.
De hecho, se sentó en su puesto y se centró en sus apuntes como usualmente lo hacía.
♦♦♦
Dos horas después, tan pronto terminó la primera clase, mis amigas me invitaron a desayunar en un restaurante cercano al colegio.
Era de los pocos lugares a los que los directivos nos dejaban salir, en parte porque los dueños del restaurante eran socios de quienes administraban el cafetín del colegio.
Sin embargo, justo antes de dirigirnos a la salida, noté la figura de un chico que me hizo sentir un gran terror, tanto que me mareé y me vi en la necesidad de regresar a mi puesto y sentarme.
Mis amigas se alarmaron ante mi estado, por eso empezaron a preguntar la razón de mi temor.
Incluso, aludieron a la aparición de un fantasma.
Por suerte, recuperé la tranquilidad cuando Manuel preguntó repentinamente por mi estado anímico.
Tenerlo frente a mí fue como contar con un guardián a quien podía confiarle mi vida, aunque el muy tonto le hizo señas a Álvaro para que entrase al salón.
Entre Manuel y Álvaro hubo un breve cruce de palabras, pero lo inusual fue ver la forma en que un chico de catorce años, a pesar de verse pequeño y débil, era quien lo dominaba.
«Lo más seguro es que los haya amenazado con revelar lo que sucedió», pensé, pues fue lo único que tuvo lógica en una situación como esa.
Manuel logró deshacerse de Álvaro, pero también se alejó de mí sin decirme nada, lo cual me extrañó un poco, pues esperaba que se quedase a mi lado y me siguiese protegiendo.
Ambos tuvimos una pequeña discusión en la que insistí en mostrar una gratitud que rechazó con su orgullo moralista. Sin embargo, no podía permitir tal cosa, por lo que desde ese mismo instante empecé a planificar una muestra de agradecimiento.
♦♦♦
«¿Cómo podría agradecerle?», me pregunté cuando llegué a casa, aunque no se me ocurrió una muestra de gratitud que se pudiese equiparar con el hecho de que me rescatase.
Mejor dicho, nada se podía equiparar con lo que Manuel hizo por mí, a menos que yo lo rescatase de una situación comprometedora, lo cual era poco probable.
Así que subí a mi habitación y me cambié para empezar con mi rutina de la tarde.
Usualmente, mi rutina de la tarde consistía en atender a mis mascotas, que en ese entonces eran tres perros y cinco gatos.
Luego ayudaba al personal de limpieza desde las cuatro hasta las seis de la tarde.
Después, hacía mis tareas, me ejercitaba por treinta minutos, y finalmente, me duchaba para descansar mientras esperaba la llegada de mis padres.
Antes de salir al galpón, me tomé unos minutos para avisarle a mi hermana mayor, Carolina, que ya estaba en casa y estaría atendiendo a mis mascotas.
También eché un vistazo a mis redes sociales y, en Facebook, di con un reel en el que encontré una receta para cupcakes que llamó mi atención.
Desde niña me llamó la atención la repostería y la cocina en general, por lo que Lorena, la jefa de todo el personal que trabajaba en casa, me enseñó mucho al respecto.
Además, al terminar de ver la receta, recordé que en la fiesta de bienvenida en el colegio, cuando entramos a primer año, Manuel se mostró fascinado y encantado con los cupcakes que nos sirvieron como postre, por lo que creí que era la muestra de gratitud perfecta.
Pensar en Manuel y los tres años que habíamos compartido la misma clase, me incitó a querer indagar respecto a su comportamiento.
No entendía por qué era tan distante y reservado.
Apenas les dirigía la palabra a Estela Ortiz y a Misael Hernández, con quienes compartía el estatus de ser los mejores de la clase a nivel académico.
La primera vez que vi a Manuel, durante nuestra presentación a la clase, apenas dijo su nombre y su pasatiempo, lo cual nos dejó a todos perplejos por su brevedad.
Creí que quería llamar la atención con ese comportamiento, pero con el paso de los años, al mantenerse igual de distante, serio y reservado, comprendí que esa era su forma de ser.
«¿Cómo un chico de catorce años puede ser así?» Me pregunté muchas veces, ya que la mayoría de los chicos a esa edad generalmente quieren llamar la atención.
Sin embargo, Manuel parecía hacer todo lo que estaba a su alcance para pasar desapercibido. Incluso, se mostraba receloso ante cualquiera que se le acercase con la intención de socializar.
Es más, las pocas veces que se le veía sonreír, lo cual sucedía cuando leía sus novelas y libros, nuestros compañeros de clases empezaban a murmurar y bromear al respecto.
Decían cosas como que algo inusual ocurriría o que aquel que lo viese sonreír tendría buena suerte.
A fin de cuentas, consideré que a Manuel le iban a encantar los cupcakes como muestra de gratitud, así que guardé el reel de la receta y salí para empezar con mi rutina.
Tras terminar de atender a mis mascotas y asegurarme de que todo estuviese en orden, regresé a mi habitación y entré al baño para ducharme, aunque antes, recibí un mensaje de mi hermana a través de WhatsApp.
Carolina: Papá y mamá vinieron por mí a la universidad. Iremos al complejo deportivo de Pereira para inscribirme en el torneo del mes que viene.
Corina: Oki doki… Yo estaré en la cocina preparando cupcakes.
Carolina: ¡Sí! Amo los cupcakes.
Corina: No te emociones mucho, son para un amigo.
Carolina: Que mala eres… Al menos haz unos para tu amada hermana.
Corina: Lo tendré en cuenta.
Varios minutos después, tras ducharme y alistarme para bajar a la cocina, me topé con Lorena al salir de mi habitación.
Ella me pidió que ayudase a Luna y Marcela, dos de nuestras empleadas, a limpiar las estanterías del estudio de papá, lo cual hice sin quejarme, aunque aproveché para avisarle que prepararía cupcakes al terminar.
—Le avisaré a la señora que estarás en la cocina al terminar con tus labores —dijo Lorena.
Lorena es bastante estricta, esto a petición de mamá, con quien ha mantenido una amistad desde que eran niñas, pues en la casa de mis abuelos, su madre era empleada de limpieza.
La confianza de mamá en Lorena es tal que puede dejarle responsabilidades relacionadas con el dinero y artículos de alto valor para la familia. Por ende, la sigo considerando, como a mis padres, una gran figura de autoridad en casa.
Dos horas después, tan pronto terminé de ayudar a Luna y Marcela con la limpieza en el estudio de papá, fui de inmediato a la cocina para empezar la preparación de los cupcakes.
—Señorita Corina —dijo Lorena al notar mi presencia. Ella se encontraba envasando algunos condimentos—. Le pido por favor que no haga desastres y deje todo impecable al terminar.
—Sí, señora —respondí.
—La señora dijo que pasarían la tarde en el complejo deportivo junto a la señorita Carolina… Al parecer, habrá bastantes participantes en el torneo —comentó.
—¿Quieres que te ayude a preparar la cena? —pregunté.
—Como sé que aún no ha hecho sus tareas, será mejor rechazar su amabilidad —respondió.
—Entiendo —dije con un dejo de vergüenza.
—Entonces, tan pronto termine de preparar sus cupcakes, va directamente a hacer sus tareas —ordenó.
Apenas pude asentir, aunque no me molesté por su severidad, ya que a fin de cuentas, Lorena siempre ha querido lo mejor para mí.
Al cabo de una hora, ya tenía en la encimera dos docenas de cupcakes, de los cuales me comí dos porque no aguanté la tentación; quedaron deliciosos.
En cuanto al relleno, opté por derretir media tableta de chocolate amargo a baño María y le agregué leche condensada; la mezcla quedó espectacular.
«¿A Manuel le gustará el chocolate? ¿A quién no? Sería el colmo si no le gustase», pensé conforme rellenaba los cupcakes.
El paso final fue batir un poco de crema y adornar los cupcakes.
Quedaron lindos y deliciosos.
Incluso tomé un par de fotos para subirlas a mi cuenta personal de Instagram, donde los comentarios de mis seguidores no se hicieron esperar, sobre todo los de mis mejores amigas.
De pronto, en ese momento de distracción, justo antes de empezar a recoger los utensilios que ensucié, entró mi hermana a la cocina seguida de papá y mamá.
—¡Qué! ¿Ya te inscribiste en el torneo? —le pregunté a mi hermana con asombro, pues creí que llegarían al anochecer.
—¡Esos cupcakes se ven buenísimos! —exclamó mi hermana, evadiendo mi pregunta.
Tanto ella como papá se acercaron a la encimera y tomaron un par de cupcakes cada uno.
—¡Es uno por persona… uno por persona! —reclamé.
—¿Eh? ¿Por qué? —replicó mi hermana.
—Porque los hice para un amigo —respondí sin titubear.
—No creo que todos los cupcakes sean para tu amigo, Corina —intervino mamá con severidad.
—¿Es tu amigo o tu novio? —preguntó mi hermana con voz socarrona.
—Carolina, tu hermana no está en edad de experimentar esas emociones —respondió papá con severidad.
—Pensé que llegarían más tarde… Lorena me dijo que había bastantes participantes inscribiéndose —dije, conforme recogía los utensilios que ensucié.
—Bueno, digamos que, por ser la campeona regional actual, me dieron un trato preferencial, aunque yo estaba dispuesta a seguir esperando mi turno como todos —respondió mi hermana.
—Corina, hija… Estos cupcakes están increíbles —comentó mamá tras probar uno.
Me alegré mucho por el comentario de mamá, y no pude evitar sonreír tontamente al imaginar a Manuel elogiándome por mis cupcakes, aunque volví a la realidad cuando noté la sonrisa burlona de mi hermana.
Así que, para evitar ver su molesto rostro, me di la vuelta y me centré en la limpieza de los utensilios que utilicé.
Sin embargo, mi hermana no dejó de mirarme mientras seguía esbozando esa sonrisa burlona que me molestó.
—¡Papá! Carolina me está molestando —reclamé.
Papá giró hacia mi hermana y la miró con severidad.
—¿Qué? Solo pienso que está muy emocionada por la idea de regalarle cupcakes a un chico —alegó mi hermana.
—Solo quiero agradecerle por ayudarme con una tarea de inglés. Saqué diez gracias a él —repliqué alterada.
Si no fuese por la presión de la sonrisa burlona de mi hermana, me hubiese sentido mal al mentirles a mis padres, pero no quise preocuparlos con los detalles de lo que ocurrió en el callejón.
—¿Y no bastó con decirle gracias? —preguntó mi hermana con persistente voz socarrona.
—Se lo dije, pero dijo que todo fue mérito mío… Honestamente, no me parece justo que diga eso, así que prefiero hacerle unos cupcakes a modo de agradecimiento —respondí.
Como odié las expresiones burlonas de Carolina, realmente quise lanzarle el agua que había recolectado en un recipiente, aunque tuve la voluntad de abstenerme.
—Solo quieres presumir que eres una excelente repostera —replicó mi hermana.
—Ya, Carolina, deja a tu hermana tranquila —intervino mamá—. En cuanto a ti, Corina, me parece un bonito gesto que ese chico te haya ayudado, y espero que le gusten los cupcakes, pero, ¿ya conocemos a tu amigo? Porque es inusual que te esmeres tanto por alguien que no sea Anabel, Sofía o Alexa.
—Bueno, hace poco empecé a juntarme con él. Hemos hecho tareas juntos y bueno, nos llevamos muy bien —respondí, una vez más cayendo en la necesidad de mentir.
—Entiendo —musitó mamá, que no pareció convencida, aunque salió de la cocina junto a papá y Lorena.
Carolina, en cambio, se quedó conmigo con la única intención de averiguar sobre "mi amigo".
—¿Me vas a decir cómo se llama tu amigo? —preguntó Carolina.
—No tengo por qué decírtelo —repliqué.
—Tú y yo sabemos que no es un simple agradecimiento. Así que cuéntame todo sobre él —exigió.
Por unos instantes sentí la presión de sus palabras, pues Carolina era de las personas que no se rendía hasta que se salía con la suya.
Por suerte, Lorena regresó e intervino en mi salvación.
—Señorita Carolina, deje a su hermana tranquila, por favor… Y usted, señorita Corina, vaya a su habitación y haga su tarea —ordenó Lorena con severidad.
Carolina siempre ha respetado a Lorena como yo, así que hizo caso de inmediato y me dejó tranquila.
Mientras que yo, subí a mi habitación tal como ordenó Lorena, e hice mi tarea.
Luego, como ya no tenía mucho que hacer mientras que esperaba la cena, empecé a revisar mis redes sociales e intenté buscar los perfiles de Manuel; la curiosidad me llevó a querer saber sobre su vida.
Por desgracia, no encontré mucho, apenas una cuenta en Instagram privada que no supe si era de él, pues no tenía foto de perfil y su nombre de usuario no parecía ser el de un chico como él.
Así que simplemente me di por vencida y esperé con ansias la llegada del siguiente día para entregarle los cupcakes.