Roxana miró la caja de medicinas en las manos de Alejandro. Aún era un misterio por qué la trataba tan bien y a veces se preguntaba por qué la miraba de esa manera. De una forma que hacía que su corazón se acelerara. Una forma que la hacía sentirse como una mujer. Y no cualquier mujer, una mujer deseable. Debía estar equivocada ya que ahora era un hombre.
De repente, él se levantó de su asiento y caminó lentamente alrededor de la mesa hacia su lado. Ella pensó que solo le daría la caja cuando de repente se sentó en la silla cercana y ella entró en pánico un poco.
Abrió la caja y sumergió sus dedos en la pasta. —¿Puedo? —preguntó.
Roxana estaba demasiado impactada para responder y antes de que pudiera hablar de nuevo, él aplicó la medicina en el moretón de su pómulo. Cerró los ojos y se tensó mientras él masajeaba la medicina en su piel con dos dedos. Era muy suave para ser un hombre tan fuerte como él.