El viento helado azotaba las murallas destartaladas de la fortaleza en el norte, donde Alberno observaba el horizonte nevado. La reciente batalla había sido feroz, dejando su ejército agotado y con bajas significativas. Los cuerpos aún yacían en las colinas cercanas, cubiertos por una fina capa de nieve que la tormenta implacable seguía arrojando. La sensación de derrota flotaba en el aire, pesada como la tormenta que se avecinaba.
Alberno se detuvo un momento, respirando el aire helado. A lo lejos, podía ver las huellas del enfrentamiento aún frescas, cicatrices en la nieve que pronto desaparecerían bajo la tormenta. La responsabilidad pesaba sobre él como una armadura que no le pertenecía, pero que se había visto obligado a usar.
Un soldado se acercó, interrumpiendo sus pensamientos. —Mi señor, hemos capturado a algunos prisioneros.
— Alberno apenas lo miró, manteniendo sus ojos en el horizonte. —¿Qué dicen?
—Otro ejército se aproxima... uno mucho mayor.
— Alberno giró lentamente, enfrentando al soldado. —¿Cuántos?
—50,000, mi señor. Vienen desde el este, atravesando las montañas. Estarán aquí en pocos días.
— El silencio que siguió fue más gélido que el viento. Los soldados alrededor sabían lo que eso significaba: un enemigo abrumador estaba en camino, y ellos apenas podían mantener sus propias fuerzas en pie. La moral estaba rota, los magos agotados, la infantería diezmada y los arqueros temblaban no solo por el frío, sino por el miedo.
—50,000…— murmuró Alberno para sí mismo, saboreando la enormidad del número. Un escalofrío recorrió su columna vertebral, pero no era el frío. Era la sombra de la muerte acercándose.
Uno de sus capitanes, un hombre corpulento con cicatrices, frunció el ceño. —¿Qué haremos, mi señor? No podemos enfrentarlos.—
Alberno asintió. Sabía que los hombres lo miraban con desconfianza, algunos todavía viéndolo como el hijo ilegítimo, un forastero en su propio ejército. Nunca habían confiado plenamente en él, y este era el momento en que esa desconfianza podría aplastar cualquier esperanza de victoria. Debía actuar con firmeza, aunque por dentro sintiera el mismo miedo que ellos.
—Guerrilla,— dijo, su voz firme pero calmada. —No podemos enfrentarlos directamente, pero este es nuestro terreno. Ellos no están acostumbrados al frío ni a la nieve. Nosotros sí. Atacaremos rápido, y desapareceremos antes de que puedan reaccionar.
—El capitán lo miró con escepticismo. —¿Guerrilla? Eso no es honorable, mi señor. Son tácticas de cobardes.
— Alberno sostuvo su mirada, sus ojos oscuros y fríos como el paisaje que los rodeaba. —No es una cuestión de honor. Es una cuestión de sobrevivir un día más.
Otro capitán se adelantó. —¿Y abandonar la fortaleza? ¿Realmente crees que podemos resistir sin ella?
—Esta fortaleza no es un refugio, es una trampa,— replicó Alberno. —Si nos quedamos aquí, moriremos. Tenemos que movernos, hacer que nos persigan, desgastarlos. Usaremos trampas mágicas en los desfiladeros, atacaremos desde la oscuridad, y los haremos dudar de cada paso que den.
— Una figura encapuchada emergió de las sombras de la sala, el líder de los magos, cuyas cicatrices en el rostro recordaban un tiempo en el que la magia había sido perseguida. —Mi señor, nuestros recursos mágicos son limitados. Apenas nos quedan energías después de la última batalla.
— Alberno asintió. —Lo sé. Pero haremos lo que podamos con lo que tenemos. Necesito que coloquen trampas mágicas en los bosques y los desfiladeros. Círculos que exploten bajo sus pies, hechizos que los hagan dudar de sus propios sentidos. Y enviaremos cuervos a las tierras vecinas. Necesitamos refuerzos, aunque sean pocos.
— Los magos intercambiaron miradas. Sabían que no podían negarse, pero sus rostros mostraban cansancio y desesperación. Aun así, las palabras de Alberno les ofrecían un propósito, un resquicio de esperanza.
El silencio volvió a llenar la sala hasta que Alberno habló de nuevo. —Los prisioneros... úsenlos. Desinformen. Que crean que tenemos más fuerzas de las que realmente tenemos. Que se confundan. Cada error que cometan nos dará tiempo.
— Alberno dio un paso atrás, observando a sus hombres. Sabía que la batalla por el norte no sería solo una lucha contra el ejército enemigo, sino también contra la desconfianza y el miedo que corroían a sus propios soldados.
—Nos movemos al amanecer. Haremos que la nieve y el frío jueguen a nuestro favor.
— Mientras el viento volvía a azotar las paredes, Alberno se retiró a sus aposentos, donde la incertidumbre sobre el futuro lo golpeaba con cada ráfaga helada. Sabía que no todos sus hombres confiaban en él, y que él mismo aún estaba aprendiendo a confiar en sus propios instintos. Pero algo dentro de él, una voz que había acallado durante mucho tiempo, le decía que esta era su oportunidad de demostrarles a todos que su linaje no dictaba su destino.
— New chapter is coming soon — Write a review