Para: vwiggin%Shakespeare@MinCol.gob/viaje=PoslDreq
De: GobDes%Shakespeare@MinCol.gob/viaje
Asunto: ¿Cuan limpio está tu escritorio?
Mi escritorio es completamente inmune a intrusiones... aunque varias veces al día el ordenador de la nave intenta instalar programas espía. Además, doy por supuesto que toda habitación, pasillo, baño y armario de esta nave registra como mínimo el sonido. En un viaje como éste, sin ninguna fuerza externa para apuntalar la autoridad del capitán, el peligro de motín es continuo, y no es por paranoia que Morgan escucha todas las conversaciones de la gente que considera un peligro para la seguridad interna de la nave.
Ha sido desafortunado pero predecible que me considerase a mí un peligro de ese tipo. Poseo una autoridad que de ninguna forma depende de él o sus buenos deseos. Su amenaza de ponerme en estasis y devolverme a Eros (dentro de ochenta años) es una que efectivamente puede cumplir, y aunque posiblemente sería reprendido, el suyo no sería considerado un acto criminal. Se supone que al capitán de la nave hay que creerle siempre cuando hace una acusación de motín o conspiración. Incluso para mí es peligroso cifrar este mensaje. Sin embargo, no tenemos ninguna otra forma segura de hablar. (Te habrás dado cuenta de que, al contrario que Peter, yo exijo pruebas de que estás vivo, no sólo tu dedo insertado en el holoespacio.)
Estoy haciendo cosas que seguro que vuelven loco a Quincy.
Recibo mensajes casi diarios (mensuales) del gobernador en funciones Kolmogorov, que me mantiene informado de lo que va sucediendo en la colonia Shakespeare. Morgan no tiene ni idea de lo que nos decimos; debe limitarse a pasar las notas cifradas en cuanto llegan por el ansible.
También recibo todos los artículos e informes científicos que entregan los equipos de químicos y biólogos. El XB Sel Menach es el Linneo y el Darwin de ese planeta. Se enfrenta a la ÚNICA biota no insectora jamás descubierta (aparte de la Tierra, claro), y su trabajo creando las adaptaciones genéticas para producir variaciones comestibles de plantas y animales nativos, así como de variedades de especies terrestres que puedan vivir en ese mundo, ha sido brillante. Sin él, probablemente llegaríamos a una colonia andrajosa e
indigente; pero en cambio generan excedentes de comida y podrán abastecer la nave para su partida inmediata (inshallah).
El almirante Morgan tiene a su disposición toda la información científica por si le interesa. No parece interesarle. Yo soy la única persona de la nave que accede a los artículos del XB de la colonia Shakespeare, ya que nuestros xenobiólogos están en estasis y no despertarán hasta que no abandonemos las velocidades relativistas.
Comprenderás por qué decidí no pasar a estasis. Tuve visiones del almirante Morgan en las que no se molestaba en despertarme hasta que tenía el control total de la colonia, digamos unos seis meses después de nuestra llegada. No tendría derecho a hacerlo, pero sí que hubiese tenido el poder de hacerlo. ¿Y quién iba a contradecirle, con sus cuarenta marines cuya única misión es garantizar que se cumpla su voluntad, y una tripulación cuya supervivencia y libertad están íntimamente relacionadas con su satisfacción?
Pero ahora, cualquier cosa que yo haga es una provocación en potencia... es lo que ha dejado más que claro con sus amenazas y actos. No creo que fuese intencionado... Me parece que realmente creía estar enfrentándose a algún tipo de ataque. Pero llegó demasiado rápidamente a la conclusión de que yo era el responsable, y fue tan paranoico como para intentar resolverlo como si fuese un ataque contra su autoridad, no contra la nave en sí. Estamos a prueba, y entre nosotros no puede haber ni una palabra que pueda tomar por burla, denigrarlo o poner en duda sus decisiones.
Tampoco podemos confiar en nadie más. Aunque tengo absoluta confianza en el gobernador Kolmogorov (y él en mi), no se puede contar con que nadie más en el planeta esté dispuesto a admitir que tener de gobernador a un chico de quince años sea una buena idea. Por tanto, no puedo realizar ninguna acción preventiva recurriendo a mi futura autoridad como gobernador. Así que mi única alternativa es dar la impresión de que considero a Quincy una especie de padre y que tengo la intención de dejarme guiar por él. Cuando me ves haciéndole desvergonzadamente la pelota, se trata del equivalente moral de la guerra. Estoy pasando un ejército bajo sus narices, disfrazado de un montón de simples granjeros. Que tú y yo seamos todo el ejército no es un problema... siempre que estés dispuesta a fingir que eres todo inocencia. Tú y Peter lo hicisteis durante años, ¿no es así?
A esta carta no la seguirán muchas otras... sólo en caso de verdadera urgencia. No quiero que se pregunte qué nos decimos. Tiene derecho a requisar nuestros escritorios y a obligarnos a revelar su contenido. Por tanto, borrarás este mensaje, como lo haré yo. Por supuesto, ESTOY tomando la precaución de copiárselo, con seguridad total, a Graff. En caso de que algún día se celebre un consejo de guerra para determinar si Morgan hizo bien poniéndome en estasis y llevándome de vuelta a Eros, quiero que este mensaje esté disponible como prueba de mi estado mental después de nuestro pequeño incidente por el mensaje de Peter.
Sin embargo, cabe siempre la posibilidad de que el plan de Morgan sea más funesto: que planee hacer regresar la nave en lugar de quedársela, mientras él permanece en Shakespeare como gobernador de por vida. Para cuando se pueda enviar a alguien desde Eros para sofocar su rebelión, su vida ya habrá pasado o será tan viejo que no valdrá la pena juzgarle.
Sin embargo, no creo que eso sea propio de su carácter. Es una criatura burocrática: ansia la supremacía, no la autonomía. Además, mi valoración de momento es que sólo puede ejecutar actos pérfidos que en su propia cabeza pueda justificar moralmente... como enfurecerse todo lo posible por mi supuesto sabotaje de las comunicaciones ansibles para justificar lo que hubiera sido un golpe de Estado contra mí como gobernador.
Eso sólo en lo que respecta a lo que planea conscientemente, no a sus deseos inconscientes. Es decir, pensará que responde a los acontecimientos a medida que se produzcan, pero en realidad estará interpretando los hechos para justificar las acciones que desea realizar... aunque ignore su deseo de realizarlas. Por tanto, cuando lleguemos a Shakespeare, cabe siempre la posibilidad de que encuentre una «emergencia» que le exija quedarse más tiempo de lo que puede quedarse la nave y lo «obligue» a enviarla de vuelta mientras que él se queda.
La necesidad de comprender a Quincy es el motivo por el que permanezco tan cerca de las Toscano. Está claro que la madre apuesta por Quincy, y no por mí, como poder futuro, aunque sin duda no está más que confirmando la apuesta para asegurarse de que, gobierne quien gobierne, ella o su hija estarán casadas con una figura poderosa.
Pero la madre no tiene ninguna intención de permitir que la hija escape a su control, como pasaría si nos casásemos y yo me convirtiese en gobernador de hecho así como de nombre. Por tanto, deliberadamente o no, la madre será mi enemiga; sin embargo, ahora mismo es mi mejor guía del estado mental de Quincy, ya que está con él todo lo que puede. Debo conocer a ese hombre. Nuestro futuro depende de saber qué va a hacer antes de que lo haga.
Mientras tanto, no te haces ni idea del alivio que representa tener a alguien con quien compartir todo esto. En todos los años en la Escuela de Batalla, lo más parecido a un confidente para mí fue Bean. Sin embargo, sólo podía descargarme hasta cierto punto; esta carta es mi primer ejercicio de auténtico candor desde que hablamos hace ya tanto tiempo en Carolina del Norte.
Oh, un momento. Sólo han pasado tres años. ¿Menos? El tiempo es muy confuso. Gracias por estar conmigo, Valentine. Sólo espero ser capaz de evitar que se convierta en un ejercicio sin sentido que nos lleve de vuelta a Eros en estasis, habiendo perdido ochenta años de historia humana y sin lograr nada más que ser derrotado por un burócrata.
ENDER
Virlomi no había contado con cómo le afectaría regresar a la Escuela de Batalla después de todo lo que había vivido, de todo lo que había hecho.
Se entregó a sus enemigos al comprender que ya no quedaba nada de la guerra excepto la carnicería. Sabía para desesperación de su corazón que todo era culpa suya. Amigos y futuros amigos se lo habían advertido: «Esto es demasiado.»
Fue suficiente para hacer salir a los chinos de la India y liberar tu patria. No pretendía castigarlos.
Había sido tan tonta como Napoleón, Hitler, Jerjes y Aníbal: creía que, como no había sido derrotada nunca, jamás lo sería. Había superado a enemigos cuyas fuerzas eran mucho mayores que las suyas; había supuesto que siempre sería así.
Lo peor, se dijo, fue que me creí mi propio mito. Deliberadamente cultivé la idea de que era una diosa, pero al principio recordaba que simplemente fingía.
Al final, fue el Pueblo Libre de la Tierra (el PLT, la Hegemonía de Peter Wiggin bajo un nuevo nombre) el que la derrotó. Fue Suriyawong, un tailandés de la Escuela de Batalla, que en su momento la había amado, quien acordó su rendición. Al principio, ella se negó... pero comprendía que el orgullo era la única diferencia entre rendirse inmediatamente y esperar a que murieran todos sus hombres. Y el orgullo no valía la vida de uno solo de sus soldados.
—Satyagraha —le dijo Suriyawong—. Soportar lo que debe soportarse.
Satyagraba fue lo último que gritó a su gente. Os ordeno vivir y soportar esta situación.
Así que salvó la vida de sus ejércitos y se entregó a Suriyawong. Y, a través de él, a Peter Wiggin.
A Wiggin, quien había tenido misericordia con ella en la victoria, que era más de lo que su hermano pequeño, el legendario Ender, había tenido con los insectores.
¿Ellos también habían visto en él la mano de la muerte, repudiándolos? ¿Ellos tenían dioses a los que rezar, ante los que resignarse, a los que maldecir al comprender su destrucción? Quizá para ellos hubiese sido más fácil ser eliminados del universo.
Virlomi siguió con vida. No podían matarla... todavía la adoraban en toda la India; si la ejecutaban o la encarcelaban, la India se convertiría en una revolución continua, imposible de gobernar. Si simplemente desaparecía, se convertiría en el mito de la diosa que se fue y que algún día regresaría.
Por lo que grabó los vídeos que le pidieron. Rogó a su pueblo que votara unirse libremente al Pueblo Libre de la Tierra, que aceptara el gobierno del Hegemón, que licenciara y desmantelara su ejército y, a cambio, que tuviera la libertad de gobernarse a sí mismo.
Han Tzu hizo lo mismo en China, y Alai, que había sido su esposo hasta que ella le traicionó, lo hizo en el mundo musulmán. Más o menos surtió efecto.
Todos ellos aceptaron el exilio. Pero Virlomi sabía que sólo ella lo merecía.
El exilio consistía en convertirse en gobernadores de colonias. Ah, ¡si la hubiesen nombrado con Ender Wiggin y no hubiese regresado jamás a la Tierra para derramar tanta sangre! Pero, en todo caso, era porque había conseguido tan espectacularmente la libertad de la India ante un ejército chino ampliamente superior, porque había unido un país imposible de unir, que la consideraban capaz de gobernar. Precisamente por los actos monstruosos que cometí, pensó, se me confía fundar un nuevo mundo.
Durante su cautiverio en la Tierra, en los meses pasados bajo custodia tailandesa y luego brasileña, siempre vigilada pero bien tratada, empezó a impacientarse y a desear abandonar el planeta y empezar una nueva vida.
Con lo que no había contado era con que la nueva zona de partida era la estación espacial antiguamente conocida como Escuela de Batalla.
Era como despertar de un sueño muy real y encontrarse en el lugar de su infancia. Los pasillos no habían cambiado; el código de luces de distintos colores en las paredes todavía ejecutaba su función: guiar a los colonos a sus dormitorios. Los barracones habían cambiado, claro: los colonos no iban a admitir el hacinamiento ni la reglamentación que habían soportado los alumnos de la Escuela de Batalla. Tampoco había la tontería de un juego en ingravidez. Si usaban la sala de batalla para algo, no se lo contaron.
Pero los comedores seguían allí, tanto el de oficiales como el de soldados... aunque ahora comía en aquel en el que jamás había estado siendo estudiante: el de profesores. A sus propios colonos no se les permitía entrar allí; era el lugar en el que se refugiaba de ellos. La rodeaba el personal de Graff del Ministerio de Colonización. Eran discretos y la dejaban en paz, cosa que agradecía; eran altivos y se mantenían a distancia de ella, cosa que lamentaba. Respuestas opuestas, suposiciones opuestas sobre sus motivaciones; sabía que estaban siendo amables, pero aun así se sentía como una leprosa, apartada. Si hubiera querido amistad, probablemente la habría conseguido; probablemente esperaban a que ella les hiciese saber si quería conversación. Ansiaba la compañía humana. Pero jamás atravesó el corto espacio entre su mesa y la de los demás. Comía sola. Porque no creía merecer participar en la sociedad humana.
Lo que la irritaba era la adoración con que le trataban los colonos. Siendo estudiante en la Escuela de Batalla, era normal. Ser una chica la hacía diferente, y tenía que esforzarse para ganarse su puesto... pero ella no era Ender Wiggin, no era una leyenda. Tampoco era una gran líder. Eso llegaría después, ya en la India, con gente a la que comprendía, sangre de su sangre.
El problema era que aquellos colonos eran en su mayoría indios. Se habían ofrecido voluntarios para el programa de colonización precisamente porque Virlomi sería la gobernadora de su colonia: varios le contaron que habían competido en una lotería para ganarse la oportunidad de ir. Cuando se mezclaba con ellos, para hablarles, para conocerlos, le resultaba prácticamente inútil. La reverenciaban tanto que apenas podía hablar o, si lograba hacerlo, usaban un lenguaje tan formal, tan culto, que no había posibilidad de mantener una verdadera comunicación con ellos.
Se comportaban como si creyeran que hablaban con una diosa.
Durante la guerra cumplí demasiado bien con mi tarea, se dijo. Para los indios, la derrota no era una señal de la desaprobación de los dioses. Lo que importaba era el
modo en que ella soportaba su carga. Y ella no podía evitarlo: mantenía su dignidad y, por tanto, precisamente por eso les parecía divina.
Quizás así resulte más fácil gobernarlos. O quizás haga que el día de su desilusión sea un momento terrible.
Un grupo de colonos de Hyderabad le presentó una petición.
—El planeta se llama Ganges en honor al río sagrado —dijeron—, lo que es adecuado. Pero ¿no podríamos también recordar a todos los que venimos del sur? Hablamos telugu, no hindi ni urdu. ¿No podría haber una parte de la nueva colonia que nos pertenezca?
Virlomi les respondió en telugu fluido, lengua que había aprendido porque no hubiese podido unificar por completo la India hablando sólo hindi e inglés, y les dijo que haría lo que los colonos le permitiesen hacer.
Fue la primera prueba de su liderazgo. Se acercó a la gente y preguntó, dormitorio por dormitorio, si aceptarían bautizar el pueblo que construirían en el nuevo mundo con el nombre de Andhra, por la provincia que tenía por capital Hyderabad.
Todos aceptaron al instante la propuesta. El mundo se llamaría Ganges, pero el primer asentamiento sería Andhra.
—Nuestra lengua debe ser el común —les dijo—. Me rompe el corazón olvidar las hermosas lenguas de la India, pero debemos poder comunicarnos con una sola voz, con una lengua. Vuestros hijos deben aprender común en casa como lengua materna. También podéis enseñarles hindi, telugu o cualquier otra lengua, pero primero el común.
—El lenguaje del Raj —dijo un anciano. De inmediato, los otros colonos le gritaron que fuese respetuoso con Virlomi.
Pero Virlomi se limitó a reír.
—Sí —dijo—. La lengua del Raj. Conquistados en su momento por los británicos y, una vez más, por la Hegemonía. Pero es la lengua que todos tenemos en común: los de la India, precisamente porque los británicos nos gobernaron durante tanto tiempo y luego tuvimos mucho trato con América; los que no son indios, porque es un requisito hablar común para realizar este viaje.
El anciano se rió con ella.
—Así que recuerda —dijo—: Hemos tenido una relación más larga con el llamado común que nadie a excepción de los propios americanos e ingleses.
—Siempre hemos tenido la capacidad de aprender las lenguas de nuestros conquistadores y convertirlas en propias. Nuestra literatura se convierte en su literatura, y la de ellos se convierte en la nuestra. Con esas palabras hablamos a nuestro modo y pensamos nuestras ideas. Somos quienes somos. Nada cambia.
Así habló a los colonos indios. Pero había otros, un quinto de los colonos aproximadamente, que no eran de la India. Algunos la habían escogido porque era famosa y su lucha por la libertad había arraigado en su espíritu. Después de todo, ella era la creadora de la Gran Muralla de la India, y por tanto la consideraban una celebridad y la seguían por esa razón.
Pero había otros a quienes el azar había situado en la colonia Ganges. Fue decisión de Graff no permitir que más de cuatro quintas partes de los colonos fuesen de la India. Su mensaje había sido conciso: «Puede que llegue un día en que pueda fundar las colonias un grupo concreto. Pero la ley de estas primeras colonias es que todos los humanos son ciudadanos por igual. Nos estamos arriesgando al permitirte llevar a tantos indios. Sólo la realidad política de la India me hizo contravenir la política habitual de no aceptar más de un quinto de población de una nación determinada. Y claro, ahora los keniatas, los darfurianos, los kurdos, los hablantes de quechua y maya y otros grupos sienten la necesidad de una patria exclusivamente propia. Ya que se la concedemos a los indios de Virlomi, ¿por qué no a ellos? Tienen que hacer la guerra para... etcétera, etcétera... Es por eso que preciso a ese veinte por ciento que no son indios y por lo que necesito estar seguro de que efectivamente los convertirás en ciudadanos de pleno derecho.»
Sí, sí, coronel Graff, se hará como dices. Incluso cuando hayamos llegado a Ganges y tú estés a años luz de distancia y ya no puedas inmiscuirte en lo que hacemos, yo mantendré mi promesa y animaré los matrimonios mixtos y el tratamiento igualitario e insistiré en que el inglés (disculpa, el común) sea la lengua de todos.
Pero, a pesar de mis esfuerzos, el veinte por ciento acabará asimilado. Dentro de seis generaciones, de cinco, quizá de tres, vendrán visitantes a Ganges y se encontrarán con indios rubios y pelirrojos, de piel blanca con pecas y piel negra como el ébano, rostros africanos y chinos que, sin embargo, insistirán en que «yo soy indio» y tratarán con desprecio a quien insista en que no lo son.
La cultura india es demasiado fuerte para que nadie pueda controlarla. Yo goberné la India sometiéndome a las costumbres de la India, cumpliendo los sueños de la India. Ahora guiaré la colonia Ganges, al pueblo de Andhra, enseñando a los indios a fingir ser tolerantes con los demás, mientras los convertimos en nuestros amigos y los atraemos a nuestras costumbres. Pronto se darán cuenta de que, en ese extraño y nuevo mundo, nosotros los indios seremos los nativos y los demás los intrusos hasta que «se conviertan en nativos» y en otros más de «nosotros». Es inevitable. Es la naturaleza humana combinada con la terquedad y la paciencia de la India.
Aun así, Virlomi se aseguró de hablar con los no indios que había en la Escuela de Batalla... allí, en la Estación de Paso.
La aceptaron bastante bien. Su fluidez hablando común de la Escuela de Batalla y argot la situaban en una buena posición. Tras la guerra, los niños de todo el mundo habían adoptado el argot de la Escuela de Batalla, y ella lo usaba con soltura.
Llamaba la atención de niños y jóvenes, y divertía a los adultos. De esa forma, la sentían más cercana, menos como una celebridad.
En los barracones (no, en los dormitorios) que antiguamente ocupaban los estudiantes recién llegados (lanzados, como se decía) había una mujer con un bebé en brazos que se mantenía a distancia. A Virlomi le parecía bien (no tenía por qué ser ella la favorita de todos), pero pronto le quedó claro, visitando a menudo los barracones, que Nichelle Firth no era simplemente tímida o altiva, era activamente hostil.
Virlomi quedó fascinada e intentó descubrir más acerca de ella. Pero la biografía de su expediente era tan sucinta que Virlomi sospechó que era falsa; había varias así, de personas que se unían a la colonia para dejar atrás su pasado, incluso su identidad.
Sin embargo, no había forma de hablar directamente con la mujer. Con neutralidad cortés respondía apenas, si respondía; cuando decidía no hacerlo, sonreía con la mandíbula rígida, de forma que, a pesar de la sonrisa dentuda, Virlomi notaba su furia subyacente. No forzó la situación.
Pero observó las reacciones de Nichelle a lo que Virlomi y los otros decían cuando podía oírlos, aunque no formase parte del grupo. Lo que parecía dispararla, lo que hacía que su lenguaje corporal se pusiese de mal humor, era oír mencionar la Hegemonía, a Peter Wiggin, las guerras de la Tierra, el Pueblo Libre de la Tierra o el Ministerio de Colonización. También ante la mención de Ender Wiggin, Graff, Suriyawong y, especialmente, la de Julián Bean Delphiki agarraba al bebé con más fuerza y le susurraba algún tipo de encantamiento.
Virlomi pronunció ella misma algunos de esos nombres, como prueba. Estaba claro que Nichelle Firth no había participado en la guerra de ninguna forma: envió una foto suya al personal de Peter y no pudieron ofrecerle nada. Aun así, parecía tomarse muy personalmente los acontecimientos de la historia reciente.
Sólo hacia el final del periodo de preparación se le ocurrió probar con otro nombre. Lo encajó en una conversación con un par de belgas, pero asegurándose de estar lo suficientemente cerca de Nichelle para que ésta pudiese oírlo. «Achilles Flandres», dijo, comentando que era el belga más famoso de la historia reciente. Por supuesto, se ofendieron y negaron que fuese realmente belga, pero mientras ella quitaba hierro al asunto con los belgas también observaba a Nichelle.
La reacción fue intensa, sí, y a primera vista la misma de siempre: apretar más al bebé, acariciarlo, hablarle.
Pero luego Virlomi se dio cuenta: no estaba rígida. No estaba malhumorada. Era cariñosa con el niño. Era delicada y estaba feliz. Sonreía.
Y susurraba una y otra vez el nombre de «Achilles Flandres».
Resultaba tan inquietante que Virlomi tuvo ganas de acercársele y gritarle: ¡Cómo te atreves a venerar el nombre de ese monstruo!
Pero también era extremadamente consciente de otros hechos monstruosos. Sí, había diferencias entre Achilles y ella, pero también había similitudes, y no era inteligente por su parte condenarle con demasiada vehemencia. Así que la mujer sentía afinidad por él... ¿A qué se debía?
Virlomi abandonó los barracones y volvió a buscar. No había ningún archivo que situase a Achilles en algún lugar donde hubiese podido conocer á aquella mujer que sin duda alguna era americana. Virlomi no se la imaginaba hablando francés, ni siquiera mal. No parecía tener la suficiente educación: como la mayoría de los americanos, conocería una única lengua, que hablaría mal pero fuerte. No era posible que el bebé fuese de Achilles.
Pero debía comprobarlo. El comportamiento de la mujer indicaba demasiado claramente esa posibilidad.
No permitió que los Firth, madre e hijo, pasasen a estasis y fuesen almacenados en la nave hasta no haber recibido los resultados de la comparación entre la huella genética del bebé y los archivos de los genes de Achilles Flandres.
No había coincidencia. No podía ser su padre.
Vale, pensó Virlomi. La mujer es rara. Será un problema. Pero no uno que no se pueda controlar con algo de tiempo. Lejos de la Tierra, lo que sea que la convirtió en devota de ese monstruo se irá debilitando. Aceptará la presión de la amistad de los demás.
O no lo hará, y entonces esa ofensa se volverá contra ella y aquellos a los que niegue su amistad la condenarán al ostracismo. En cualquier caso, Virlomi afrontaría la situación. ¿Cuan problemática puede ser una única mujer entre miles de colonos? No es que Nichelle Firth fuese precisamente una líder. Nadie la seguiría. No lograría nada.
Virlomi dio la orden de autorizar el paso a estasis de los Firth. Pero, debido al retraso, seguían allí cuando Graff fue en persona a hablar con los que estarían despiertos durante el viaje. Eran sólo unos cien colonos, porque la mayoría había preferido la opción de dormir, y la tarea de Graff consistía en dejarles claro que era el capitán de la nave quien tenía el mando absoluto así como poder casi ilimitado para imponer castigos.
—Haréis cualquier cosa que os pida un miembro de la tripulación y lo haréis inmediatamente.
—¿O qué? —preguntó alguien.
Graff no se ofendió... la voz sonaba más asustada que desafiante.
—El capitán tiene poder sobre la vida y la muerte... dependiendo de la seriedad de la infracción. Y es el único que juzga la gravedad de la ofensa. No hay apelación. ¿Me explico?
Todos lo comprendieron. Unos cuantos incluso se decidieron por la opción in extremis de viajar en estasis... no porque pretendiesen amotinarse, sino porque no les gustaba la idea de estar encerrados durante años con alguien que tenía tanto poder.
Al terminar la reunión, hubo un tremendo ruido y ajetreo mientras algunos se apresuraban hacia la mesa donde podían solicitar la estasis, otros se dirigían a los dormitorios y, unos pocos, se reunían alrededor de Graff: cazadores de famosos, claro, ya que era casi tan famoso a su modo como Virlomi y, además, no había estado a su alcance hasta aquel momento.
Virlomi se acercaba a la mesa de estasis cuando oyó un estruendo de jadeos y exclamaciones de la gente que rodeaba a Graff. Miró pero no vio qué pasaba. Graff estaba allí, sonriéndole a alguien, y parecía perfectamente tranquilo. Sólo algunas miradas (en realidad, miradas de furia) de algunos de los testigos guiaron sus ojos hacia una mujer que salía de la sala de mal humor, alejándose del corrillo de Graff.
Era Nichelle Firth, claro, con su querido hijo Randall en brazos.
Bien, lo que hubiese hecho aparentemente no había incomodado a Graff, aunque sí a otras personas.
Aun así, era preocupante que Nichelle hubiese buscado la oportunidad de enfrentarse a Graff. Su hostilidad la hacía actuar; muy mala noticia.
¿Por qué no ha sido abiertamente hostil conmigo? Yo soy tan famosa como...
Famosa, pero ¿por qué? Porque la Hegemonía me derrotó y me encarceló. ¿Y los enemigos dispuestos contra mí? Suriyawong, Peter Wiggin. Acompañados de todo el mundo civilizado. Básicamente la misma lista que odiaba y se enfrentaba a Achilles Flandres.
No es de extrañar que se ofreciese voluntaria para mi colonia y no para alguna de las otras. Cree que soy un alma gemela, derrotada por los mismos enemigos. No comprende (o al menos no lo comprendía cuando se ofreció voluntaria) que estoy de acuerdo con los que me derrotaron, que yo me había equivocado y era preciso detenerme. No soy Achilles. No soy como Achilles.
Si la diosa deseaba castigar a Virlomi por haberla usurpado para obtener poder y unir a la India, no había mejor forma que ésta: hacer que todos creyesen que ella era como Achilles... y que por eso les cayese bien.
Por suerte, Nichelle Firth era la única persona, y no le caía bien a nadie porque a ella no le caía bien nadie. Sus opiniones, las que fuesen, no podían afectar a Virlomi.
No dejas de repetírtelo, pensó Virlomi. ¿Significa eso que en las profundidades de mi mente, las extrañas opiniones de esa mujer ya empiezan a afectarme?
Claro que sí.
Satyagraha. Esta carga también la soportaré.