La tormenta seguía cayendo, pero los rayos y los truenos se estaban enrareciendo. Así pues, la noche era incluso más oscura que antes.
En el sótano de una mansión en las afueras, Fernando se sentó en un rincón con rostro sombrío, y Lauren caminaba de un lado a otro con nerviosismo, escabulléndose de vez en cuando para investigar.
A decir verdad, ni siquiera el dueño de la mansión sabía que los malvados hechiceros habían convertido su sótano en su oficina.
—Los vigilantes nocturnos fueron engañados por nuestras medidas y nos persiguieron por una dirección errónea —tras un rato, Lauren volvió a entrar al sótano. Evitando varias trampas, le contó a Fernando qué descubrió—. Al igual que ensayamos antes, el resto de gente fue a las otras oficinas en diferentes grupos. En cuanto a la pérdida de hechiceros y aprendices, no podemos calcularlo hasta que esto termine.
Fernando no asintió ni sacudió la cabeza.